«El Juego del Calamar»

«El Juego del Calamar” se ha convertido en poco tiempo en la serie más vista de la historia de Netflix y la que más controversia está generando a nivel mundial.

La estética de la película contiene los ingredientes necesarios para atrapar al espectador desde el inicio mediante una trama que nos acerca a los personajes y a sus problemáticas económicas. Su situación desesperada les lleva a participar en un juego que puede cambiarles la vida radicalmente y convertirles en millonarios. 

Y aquí empieza la controversia. La competición consiste en una serie de juegos infantiles de origen coreano pero que conocemos bien en nuestra cultura, que nos conectan directamente con nuestra propia infancia. Sin embargo, la nostalgia da un giro radical cuando fuera de cualquier forma ética, el guión transforma la inocencia de los juegos infantiles a una forma macabra y violenta que exprime los límites del ser humano. Así es, solo puede ganar un jugador, “vivir o morir” y la lucha por la supervivencia inaugura la masacre.

El furor mediático ha llevado a que los más pequeños también muestren su curiosidad al respecto quienes no han tardado en copiar los desafíos del juego y unirse al movimiento social en los patios de los colegios causando múltiples reacciones sociales.

Dado el contenido de la misma – violencia gráfica, abusos, suicidio, violencia hacia la mujer, machismo, traición y otros problemas sociales-, se considera de vital importancia ejercer los controles parentales oportunos y contemplar la idea de que, no solamente se trata de que el niño/a o adolescente entienda y diferencie entre lo real y la ficción, si no de que su cerebro está en pleno desarrollo. Aprenden de las experiencias que viven, aprenden por imitación y modelado y la exposición a material violento sin duda puede tener grandes repercusiones en ellos/as.

Irene Máñez 

Psicóloga General Sanitaria 

CV-11362

almapsicologia.com

Ser adolescente en una pandemia

Adolescentes en pandemia
Adolescencia y pandemia. El difícil camino a remontar.

<<Mónica estaba enfadada porque sus amigas no la comprendían, querían quedar las nueve en el bajo de Bea para ver una película, beber y comer palomitas, le molestaba que la hubieran llamado aguafiestas, y exagerada. Pero Mónica solo pensaba en que su abuelo y su madre eran personas de riesgo. “Ya está, no voy a quedar con ellas nunca más, me tienen harta” y se salió del grupo.>>

Que este 2020 está suponiendo un reto a nivel mundial para todas las edades no es algo nuevo, pero ¿Cómo lo están viviendo los adolescentes?

Han pasado de:

  • No tener que abusar del móvil, a que este se convierta en la vía más recomendada para comunicarse.
  • De comenzar a salir, a detener las salidas nocturnas para ajustarlas al toque de queda.
  • Invitar a toda la clase al cumpleaños, a tener que seleccionar solo 5 compañeros con los que celebrar su día.
  • Asistir todos los días al instituto, a tener que ir días y semanas alternas.
  • Corregir las tareas que mandaron los profesores, a corregir solo “las más importantes”
  • Ir a tocar con su grupo de música/ orquesta, a posponer algunos ensayos y conciertos.
  • Poder, a  no poder realizar la actividad deportiva grupal que han hecho durante años.
  • Ir a casa de los abuelos y achucharles, a no dar muestras de cariño cuando los ven.
  • Relacionarse menos en persona con sus compañeros/as de clase.

Estas son solo algunas de las actividades que han tenido que dejar de hacer o adaptar nuestros adolescentes, sumemos, el confinamiento, las mascarillas, no poder ver las caras de los iguales, y perder información de sus expresiones, la distancia social y la reducción del contacto físico, es decir, no besar, no abrazar, reprimir cualquier gesto de cariño entre no convivientes…

La OMS ya ha calificado las emociones que están sintiendo tanto ellos como los adultos, como “fatiga pandémica” Antonio Cano catedrático de Psicología de la Complutense de Madrid, ha señalado “cuanto más fatiga hay, más cansancio, agotamiento y emociones negativas o desagradables se sienten” lo que producirá mas irritación, menos paciencia y que saltemos antes en las interacciones.

¿Qué podemos hacer? Afrontar, resolver, comunicarnos, apoyarnos, darnos permiso para sentir y dejar espacio a las emociones, pero sobre todo tener paciencia, y comprensión unos con otros. 

Porque ser adolescente, es difícil, pero ser adolescente en plena pandemia, es todo un reto.

Gloria Barranquero 

Psicóloga General Sanitaria CV13797

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¿Postureo… o Necesidad de Aprobación?

Postureo
Sonríe a la cámara

¡A tope de postureo! #felicidad y muchos filtros.

Las redes sociales forman parte de nuestro día a día. Nuestra vida social está vinculada a plataformas sociales y más todavía, en tiempos de virus. Así, conceptos como “hashtag” e “influencers”  forman ya parte de nuestra jerga habitual.

Parejas que gritan a los cuatro vientos lo enamorados que están y que no pueden vivir el uno sin el otro, “selfies” en “todas” las partes del mundo, ocio y diversión asegurada, frases de autoayuda aportando lecciones importantes de vida, sonrisas perfectas que esconden algún que otro “filtro”. ¿Acaso mi vida es muy aburrida y no tengo nada que ofrecer? ¿Por qué todos tienen una mejor vida social que yo?

Pasamos horas y horas curioseando “perfiles” ajenos y nos compadecemos de no tener vidas tan fantásticas, de no haber experimentado tantas emociones ni haber encontrado todavía el amor verdadero. En ocasiones aparece la melancolía, tal vez el enfado, otras la envidia. Sentimos que el mundo nos debe algo, que algo estamos haciendo mal. Solo vemos “stories” de momentos maravillosos, buenas noticias,… y así es inevitable compararnos y deprimirnos. ¿Tal vez soy una víctima de la sociedad? ¿Igual trabajo demasiado? ¿Qué estoy haciendo mal?

Tú que sabes muy bien cómo funcionan estas cosas, no puedes olvidar…  que la realidad en redes sociales viene maquillada mediante muchos “filtros”. Mostramos nuestra mejor cara, nuestra mejor sonrisa y el mejor posado, si puede ser “robado”, mejor. ¡A tope de postureo! ¡Nada queda al azar! Mostramos sólo aquello que queremos enseñar.

Capturamos momentos en una foto, instantes de nuestra vida y necesitamos que sean los mejores… para que todos/as lo vean. Necesitamos “likes” y “comentarios”. ¡Que nos suban los followers! Y eso, nos aporta bienestar, refuerzan nuestra autoestima. ¿Pero muestran la realidad? ¿Son realmente tan maravillosas nuestras vidas como reflejan nuestros “perfiles”

La realidad es que todos/as tenemos días malos y no existe el estado de bienestar máximo las 24 horas del día. Tenemos momentos de agobio, de bajón, de tristeza. La vida está repleta de emociones positivas y negativas, y no podemos obviar las segundas, pues nos enseñan y nos hacen valorar más los buenos momentos. 

Nadie tiene una vida absolutamente perfecta.

Nuestra felicidad no puede depender de una suma de “me gustas” y un balance de “seguidores”.

A veces, gastar tu tiempo para inmortalizar momentos determinados te resta disfrutar de los pequeños instantes de la vida. Tal vez, pasar tantas horas “conectados/as” nos aleja de ser más conscientes de los placeres de la vida y nos convierte en meros espectadores de nuestro propio “perfil”. Tal vez los “filtros” nos alejan de nosotros/as mismos/as. 

Y tú, ¿cuánto tiempo de tu vida estás en línea?  ¿Estás conectado/a con tu vida?  #Conecta(T)

irene Máñez Benedicto

Psicóloga General Sanitaria CV-11.362

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¡No soy capaz!

No soy capaz

Cuando queremos algo con mucha fuerza no podemos evitar que nos invada el miedo a fallar en el intento. Aunque a veces este temor nos motiva para continuar, otras veces puede vencernos y apoderarse de nosotros. Aparecen las dudas, el malestar, “¿Y si no puedo?”, “¿Tanto esfuerzo para qué? Y si vuelvo a fracasar”, “¿Para qué volver a intentarlo?”. Justo en ese momento, el sentimiento de fracaso nos invade. Nos paraliza, nos estanca, nos bloquea y lo único que conseguimos es alejarnos cada vez más de nuestros sueños. Y llega un día en el que simplemente dejamos de intentarlo.

Tal vez por un tiempo vivamos evitando situaciones que puedan exponernos de nuevo. Intentamos hacernos fuertes frente a la adversidad de la vida, procuramos no estar cerca del fracaso nunca más, pero el mundo sigue y es difícil no encontrarse frente a nuevos retos. 

El miedo al fracaso aparece con pensamientos autosaboteadores del tipo “no soy lo suficientemente bueno”, “no estoy preparado” “no soy capaz” o simplemente sentimos la amenaza de parecer tontos si fallamos. Esta voz interna nos debilita y limita nuestra capacidad de perseguir y lograr las cosas que queremos en la vida. Ese crítico interno nos asusta, animándonos a ser autoprotectores evitando el riesgo y recomendándonos permanecer a salvo, aferrados a nuestra zona de confort. Ese cómodo lugar donde nada crece.

Así, poco a poco aprendemos a anticiparnos a los acontecimientos ante una perspectiva poco alentadora y nos convertimos en nuestro propio enemigo: “No soy capaz, será horrible y me convertiré en un fracasado”. Es importante aprender a distinguir ente sentir(me) fracasado y ser un fracasado. ¿Tan grave es no conseguir algo o quizás estamos magnificando las consecuencias? ¿Acaso un intento es un error y dos ya es un fracaso?

Entendamos que no somos fracasados por el hecho de no conseguir algo en la vida, siempre podemos volver a intentarlo. Es importante sobreponerse a ello, reconocer esas intrusiones de nuestro crítico interno y combatirlas. Pensemos en proyectos que no habiéndolos conseguido, tampoco nos hayan dado demasiados quebraderos de cabeza ni hayan tenido grandes consecuencias en nuestra vida. Tal vez podemos sentirnos molestos y disgustados por no haberlo conseguido, pero no suframos por ello. 

Cuando nos sentimos fracasados es porque comentemos el error de considerar que solo hay una oportunidad para conseguir nuestro objetivo. Todo o nada. Sin embargo, la vida no deja de sorprendernos y nos enseña que existen múltiples caminos para alcanzar nuestras metas. ¿Y de qué depende? De cuanto estemos dispuestos a seguir caminando. De que salgamos de nuestra zona de confort y miremos hacia delante. 

Así, pasito a pasito entenderemos que un “fracaso” es un camino ya explorado del cual podemos aprender. Es una oportunidad para reflexionar acerca de lo sucedido, que nos permite analizar qué no ha funcionado y cómo podría funcionar mucho mejor. Es un recordatorio acerca de que nos quedan muchos más senderos por descubrir quizás mucho más interesantes y motivadores. Solo hay que ponerse en marcha.

IRENE MÁÑEZ BENEDICTO

PSICÓLOGA GENERAL SANITARIA CV-11.362

ALMAPSICOLOGIA.COM

«No tengo que llorar»

"No tengo que llorar"

“Habían pasado meses, cuando sintió peso en el pecho, la garganta se le hizo un nudo, la respiración se paralizó por unos instantes, y entonces, rompió a llorar.”

Llorar es un instinto, un acto reflejo que cumple diversas funciones. Cuando somos pequeños es la principal vía de comunicación con nuestro cuidador. Y con el paso del tiempo el contexto, la cultura, y el aprendizaje marcarán la diferencia, entre que expresemos nuestro malestar o lo guardemos bajo llave. 

Sabemos también que se liberan sustancias para calmarnos (opiáceos endógenos y oxitocina) y eliminamos aquellas que generan estrés (cloruro de potasio y manganeso) pero sigue siendo un proceso demasiado complejo para reducirlo a unas sustancias. 

Se han realizado multitud de estudios al respecto en las últimas décadas, y se distinguen dos funciones principales: La basal refleja cómo llorar para humedecer el ojo, o ante algo que nos lo irrita o seca, y la función emocional. La más compleja.

¿Qué sueles decir a alguien cuando llora? ¿Le das espacio y le permites expresarse, o intentas tomar un atajo diciéndole que no llore? La mayoría de las veces optamos por el atajo. No es fácil ver llorar a alguien, verle derrumbarse o verle sufrir. Empatizamos y simpatizamos con el otro y queremos que vuelva a estar bien lo antes posible. No nos damos cuenta que hay sufrimientos que no vamos a poder aliviar, situaciones que no podemos solucionar, y aunque una parte muy racional de nosotros ya lo sabe, lo pasa mal e intentando ser de ayuda colma al otro de soluciones prácticas.

Reconozcámoslo. Ver llorar a alguien nos asusta. Es difícil ¿por dónde podemos empezar? 

Tal vez por nosotros mismos.

¿Cuándo lloraste por última vez? ¿Qué te hizo llorar?

¿Cuando cruzas esa delgada línea entre estrés, cansancio, impotencia, y tristeza?

Muchas veces logramos identificar claramente el origen y otras parece que se disuelve entre las preocupaciones cotidianas, otras nos imponemos límites “no quiero llorar por este asunto” .

También podemos preguntarnos por estos límites.

 ¿Me doy permiso para llorar? ¿Los demás me pueden ver llorar?

¿O sigo aguantando todo por dentro porque no puedo pararme por esto?

¿Para que me serviría llorar por esto si necesito una solución?

Descansa.

Quítate la armadura un rato.

Tómate tu tiempo, y deja espacio a las lágrimas.

Que seas fuerte no significa que reniegues de ellas, recuerda la utilidad de estas: calmar, calmarte, ayudarte.

Gloria Barranquero Benavent

Psicóloga General Sanitaria

Col. Nº: CV-13.797

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